Sí, había diferencias de intensidad, profundidad y fuerza, ellos se mandaban un floreo espectacular de empeño, experiencia y talento en una situación donde se notaba, digamos, recordando los dichos de [Héctor G.] Oesterheld a [Carlos] Trillo y [Guillermo] Saccomanno, la evidente caída de status con las molestias sociales consiguientes y donde, a pesar de todo, estos maestros, orillando la sobrevivencia, rumbeaban hacia lo alto… Luego aparecíamos allí también nosotros, que por suerte ya mirábamos hacia arriba. Hay que decir que en el desbarajuste general entramos a jugar en lo que había sido el campo central sin estar necesariamente preparados para ello pero, ya que jugando se entiende la gente, en el Misterix de [Editorial] Yago algunos empezamos a hacer ver algo, alguito… También en la última época de Frontera hicimos algunas cosas bastante bien, es inocultable.
¿Y cómo fue su paso por Misterix con Precinto 56? ¿Ud. las leía?
Bueno, yo soy una víctima de Misterix. También de Cinemisterio, Tit-Bits, Intervalo, El Gorrión, Tor (como Arlt), la enciclopedia Espasa-Calpe y Acme, para ser exacto. Estoy agradecido y conmovido, el haber encontrado esa revistita abrió un cruce de caminos central en mi corazón y cercanías, ¡Pulpería La Excelencia! Empecé a comprarla todos los viernes, yo venía del Pato Donald y del Bichito Bucky, allá por el año 1951, 1952. Antes la revista era más grande y después –por la escasez de papel– hicieron ese Misterix apaisado, tapa y contratapa con los cuadritos de los troesmas, coloreados brillantemente por Stefan Strocen. Fue un acierto visual absoluto. Y ahí estaba, junando embelesada, toda la muchachada historietística de la época, hasta Juan Sasturain, allá en las pampas lejanas, fue víctima de ese happening subcultural. Yo, que ya dibujaba, entré en el delirio de las excelencias de [Hugo] Pratt, de [Paul] Campani, de Oesterheld, de [Alberto] Ongaro, de Solano López, de [Mario] Faustinelli, un gran capo oscuro, él hacía Pat Brando en el Misterix y Kim de la Nieve en el Rayo Rojo. Este descubrimiento se transformó en mi interés central. Yo, viniendo de Disney y sin olvidar los goces pasados, me pasé hacia la aventura con visos de “seriedad” y al dibujo menos redondito. Y allí me instalé. Después también miraba en derredor, junto a todo el piberío. Cada uno compraba diferentes productos narrativos y después nos íbamos pasando las revistitas. Vivíamos en Pilar, que era un pueblito perdido en la Pampa, de cercanías, allá lejos y hace tiempo. Eran dos mil almas ahí, yo iba a la escuela a las 8 de la matina, pasaba por la puerta del kiosco todos los días, pispeando lo que había, y me compraba el Misterix. Llegaba a la escuela leyendo, mirando, tropezando. Y después todo lo que aparecía como texto y dibujo por ahí, yo interesadísimo. Había aún plata en casa, se compraban muchas revistas, así que también me compraba Pimpinela, a veces Patoruzito y Patoruzú, pero conseguía seguir todo lo que se hacía,con los préstamos y el intercambio. Dibujábamos con mi hermana María, la mayor, a ella también le gustaba dibujar en esa época, compraba Intervalo, Idilio y Cuéntame, mis tíos compraban Rico Tipo y El Gráfico, mis viejos Mundo Argentino, Mundo Deportivo, Vea y Lea, Selecciones del Reader’s. Mi viejo nos había regalado un libro grande de contabilidad, lo poníamos sobre la mesa del living y cada uno copiaba a su preferido. Entonces a [Alberto] Breccia lo empecé a mirar en Patoruzito, con su Vito Nervio, notando ya su trabajo con el pincel. Cuando fui a la Escuela Panamericana de Arte a tomar cursos semanales de dibujo –creo que eran los jueves, primero en Paraná al 600 y luego en San José al 700– yo estaba obsesionado con Pratt.

H. Pratt y H. Oesterheld – Ernie Pike (Hora Cero Nro. 3, julio de 1957), Editorial Frontera.


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