lunes, 3 de marzo de 2014

El espejo J.M.Caro



EL ESPEJO
Aquella tarde el camino se hizo más corto de lo acostumbrado , cuando salí de la guardia, pensaba desaprensivamente , en la signada melancolía de la vida, y en uno que otro de mis pacientes arrastrando a veces lo irremediable y como contrarrestar ese destino incierto. Por allí al borde del camino encontré un espejo, semihundido, entre otros tantos cacharros lo descubrí , lo revise , solo delataba suciedad y un atractivo diseño veneciano, con guirnaldas y flores en el marco resaltaba su antigüedad. Un barníz  , una buena limpieza y quedaría como nuevo , y me lo lleve. Desde el momento que lo levanté, sentí que no solo llevaba un espejo, tenía entre manos el trabajo de ebanistas, de orfebres, grabadores, una pequeña obra de arte abandonada por imperio de la moda, lo guardé en la biblioteca , en aquel desorden de libros , carpetas, cajas y apuntes pasó desapercibido. La convalecencia de la tía Rosalía me desanimo un poco, y hubo que internarla, cuando nos veíamos en el Hospital con los ojos me decía todo y al despedirme, me recordaba que sus rezos nocturnos, eran para mi buena fortuna. Acostumbrado, a todos estos avatares, no era mucho el tiempo, que transcurriría para alejarnos definitivamente el uno del otro. No podía quejarme, Rosalía, me adoptó como un hijo y gracias a ella siempre tuve una infancia feliz, su amor intenso, y sus frases más que sus consejos, me marcaron el rumbo, fue siempre cautivante escucharla, ¡que espíritu libre! Todo o casi todo conocía. Sus amigos del Hospital de Clínicas, donde se jubiló, llegaron infaltables, uno a uno a despedirla y en ese encuentro de colegas descubrí muchas anécdotas que tenían a mi tía Rosalía como protagonista, cuando sentó  en el comedor a unos perros sobrealimentados que se negaron a comer lo que servía la concesionaria, las emergencias, o el nacimiento en el ascensor y ella llevando la criatura a la sala de parto envuelta en su guardapolvo, miré comprensivamente  hacia  un rincón,  donde su novia desolada no tenia consuelo…Aquel sábado de agosto a las 16  horas cuando la tía Rosalía, nos abandonaba definitivamente, Los Pumas jugaban en Mendoza con los Springboks y por razones inexplicables en la biblioteca donde estaba el espejo se produjo un revuelo, se habían caído unos libros, y el espejo ya no estaba sobre las cajas y descansaba intacto en el medio de la habitación, le saque unas cajas que lo cubrían  y lo deje a un costado. Unas semanas después, lo barnice, limpie sus molduras, los bellos gondolieri y sus relieves armonizaban con unas flores, que remataban en la base, y hojas muy bien dispuestas rodeaban el marco, cambie los soportes, limpié el vidrio del espejo que también llevaba grabado a diamante, y por un orfebre muy práctico, dos carrozas enfrentadas y dos esbeltos caballos ornamentados con penachos, en la parte posterior, sobre la plata amoniacal, apenas se distingue una fecha, 24de junio de 1866. Sobre una pared en la entrada del departamento, al lado de un perchero y un paragüero quedó esplendido. Pero a partir de aquel día, no he podido dormir apaciblemente, algunos ruidos me sobresaltan, a veces son sensaciones de frío, otras de calor intenso, y me levanto, y antes de encender la luz del pasillo veo sombras que bajan la escalera del otro lado de la puerta. Pero ya estoy decidido, han puesto un contenedor en el edificio de la esquina, mañana a primer hora, lo dejo entre los desperdicios, compro un espejo nuevo, mucho más grande y libre de reflejos del pasado.


No hay comentarios:

Publicar un comentario